domingo, 12 de julio de 2009

Gastroenteritis

Me levanté con una sensación de pesadez de estómago; no le dí mayor importancia porque la noche anterior había salido a tomar una copa y podía tratarse de una simple acidez. Sin embargo no debían ser síntomas de resaca, recordaba claramente lo sucedido y no me había excedido con la bebida, pues sólo tomé un par de tintos cenando y un whiskey solo en una terraza de verano. A pesar de ello, cada vez me sentía peor, con ganas de vomitar e iniciando una diarrea de dos días.

Suelo seguir mis rutinas diarias, así que comencé con mis ejercicios de todas las mañanas. Tuve un par de calambres musculares que me hicieron sentir un agudo dolor en uno de los gemelos. Las últimas flexiones no las pude hacer, ya que tuve que regresar con urgencia a casa y entonces fue cuando comenzó todo. Tras vomitar varias veces y limpiarme por dentro a conciencia, comencé a sentir el impacto de la fiebre en mi organismo llegando a estar varias horas en un estado de semi-inconsciencia y pesado sueño, sólo agitado por escalofríos cada vez más frecuentes.

Sabía que estaba mal y tenía que intentar llegar a un hospital, pero apenas podía moverme. Aun haciéndoseme enormemente difícil el incorporarme, era una cuestión de determinación y fuerza de voluntad el poder salir de ese estado. Sabía que si me quedaba tendido en un sofá, agitado por la fiebre, sin medicación, podía deshidratarme. Tuve la imprudencia (o el valor, según se mire) de coger mi coche y conducir hasta un sanatorio cercano, con la palabra “Salud” en su nombre, donde fui atendido por una médico sustituta. Me acuerdo de bastante poco después de eso, sólo de los pinchazos hasta encontrar alguna de mis “huidizas” venas, según la expresión del ATS de turno. Caí en un sopor pastoso, que me dejaba como un regusto dulce en la boca y me sentía terriblemente cansado. Oía comentarios vehementes de las enfermeras cuando avisan que un fallo en los computadores de “radiología” harán demorarse los resultados de los análisis y pruebas más de dos horas. Nada me parecía real, creía estar viviendo un sueño de matices surrealistas en el que un enorme reloj marcaba una hora infinitamente detenida, como si el minutero rebotara continuamente entre dos rayas de la esfera. La gota del suero, la clepsidra que realmente lleva la cuenta del tiempo de los dolientes, caía con desesperante lentitud. No hay nada detrás del árbol metálico que sostiene la clepsidra, sólo una pared blanca que sugiere un espacio vacío, sin límites, que es indiferente a cuanto ocurre en la sala de este sanatorio o en la de cualquier otro hospital. Al final es eso, padecemos y holgamos en un Universo que es desconocedor, o quizás indiferente, de nuestra existencia como humanos.

Parece que fue una gastroenteritis causada por unas gambas de dudosa filiación que, aun siendo servidas primorosamente en un plato “decorado” según las nuevas tendencias, contenían un veneno capaz de llevarme a la situación de postración en la que me encontraba, e incluso podría haberme matado si no hubiera sido por la descarga de medicamentos a la que fui sometido sin tregua durante toda la tarde.

Una vez de regreso a casa y, tras haber recuperado algo de fuerzas, dí en pensar. Tenemos tantos planes por realizar, tardes que pasear, tangos por bailar, libros a medio escribir, labios que besar…sin embargo, incluso situándonos desde la perspectiva de nuestros orgullosos veintantos años: ¿cuántas puestas de sol memorables realmente nos quedan por vivir?¿a cuantas milongas asistiremos sin caer en la rutina o el tedio?¿seremos capaces de dejar algún libro que no acabe sujetando mesas?¿cuántos de esos besos significarán un amor verdadero?

No, no son tantas las puestas de sol, las veladas memorables, los desafíos intelectuales o las ocasiones de amar y ser amados que nos quedan por vivir. Por qué, entonces, siempre pensamos que lo mejor está por llegar y que tenemos un número de ocasiones casi ilimitado para comenzarlo todo otra vez, desde el principio, después de haber desaprovechado la última ocasión de felicidad que de forma imprevisible la vida nos ofreció. Quizás la respuesta está en que no aceptamos el hecho de un Universo al que le somos indiferentes. Seguimos pensando en la Providencia, aun no creyendo en nada, como inspirador de los designios que rigen la vida de los hombres. Creemos que hemos de recibir un trato justo de nuestro fatum, tener nuestra porción de oportunidades de felicidad, pero esto puede que no sea así y que sólo en muy contadas ocasiones lleguen esos momentos de oportunidad, que nos pueden llevar a la felicidad si sabemos aprovecharlos. Y esto sólo debido al mero azar.

domingo, 21 de junio de 2009

Dos gardenias

Dos gardenias para tí (o segunda entrega)

En la radio de madrugada suena la voz de Sole (la antigua vocalista de "Presuntos Implicados") y casi sin darme cuenta, conforme ella la canta, vienen las palabras de la vieja canción a mi cabeza ... "Toda una vida estaría contigo; no me cansaría de decirte siempre, pero siempre, siempre, que tú eres mi vida, ansiedad, angustia y desesperación... Toda una vida...no me importa en qué forma, ni como, ni donde, pero junto a tí."

No sé por qué, pero como ya me viene ocurriendo con demasiada frecuencia, pensé en tí, en nuestra última salida y en lo que me dijiste: "al final el amor se convierte en rutina, ésta en hastío y finalmente se aguanta por conveniencia de ambos; la realidad es que las parejas cuando llegan a esta situación no rompen
porque social y económicamente no les conviene".

No sé, pero en la madrugada, después de un par de tragos de licor venezolano, se superponían en mi cabeza las imágenes del sonriente Machín y el mohín de tu cara cuando sentenciaste, de forma tan dura, el fin de tan bello mito de las sociedades occidentales: el Amor (así con mayúscula); ya que, según creo, los orientales no entendían este concepto exactamente igual que nosotros hasta que comenzaron a ver películas yankies.

Yo tenía un colega en una universidad norteamericana que hace tiempo visité. Un día me dijo que se iba a Corea. Le contesté que si sabía lo que hacía, pues volver a un país que abandonó hace más de diez años no le iba a ser fácil. Sobre todo, tras haber vivido en una rica ciudad norteamericana del medio Oeste donde sólo hay que pulsar displicentemente un botón para obtener inmediatamente lo que le apetezca a uno. Me contestó que se iba porque iba a casarse. ¡Bravo! ahora te entiendo: sacrificas los logros profesionales y económicos que has tardado años en conseguir por el amor de tu novia. También le dije que llevaba razón escogiendo lo que más feliz le podía hacer a la larga.

Mi colega me replicó que la cosa no era como yo la había interpretado. "En esta decisión no me guía el romanticismo, ni voy a encontrarme con el amor de mi vida, ¡de ninguna manera!". Lo que realmente ocurría es que la familia de mi colega le había buscado una buena candidata a esposa. Por tanto, ahora se iba a conocerla y si resultaba ser una buena persona, a casarse con ella.

Un poco contrariado por el "planchazo", yo le repliqué: ¿y cómo no se te ha ocurrido buscar una esposa entre las chicas del Estado? ...¡Con las preciosidades que hay! pensé yo para mis adentros. Me contestó que no, que eso no funcionaría. Lo mejor es el "matrimonio arreglado", a la manera tradicional de su país, buscando a la futura esposa de uno en familias conocidas. Así, siguiendo la costumbre, es menos probable encontrarse con "desagradables sorpresas" cuando en el transcurso de la vida matrimonial la pareja se vaya tomando confianza ... ¡y perdiéndose el respeto!, creí interpretar yo de lo que quería decír mi colega .

Otra vez pienso en el pobre Machín y su media sonrisa de hombre entrañable para tantos como yo que lo escuchamos ya viejo, durante nuestra infancia. Tantos años de gardenias y mambos del pobre Machín... ¿para qué? Quizás sea yo el último espécimen de una trasnochada cohorte de malos poetas, bebedores de absenta, frecuentadores de cafetines llenos de humo, escritores de bellas frases apasionadas en tarjetas de visita y postales turísticas, que habitaron el planeta al final del siglo XX.

El amor, como decía una de las mujeres que conocí, es "algo que sólo dura 2 años, cuando se diluye en la rutina diaria y la pasión inicial se convierte en el débito conyugal que, por cierto, algunos días te apetecería pagárselo a tu marido con el macizo del butanero".

"Tardé en olvidarte 19 días y 500 noches", como dice otro paisano mío que, según él, tiene un conocimiento de causa refrendado por una dilatada experiencia de amores y desamores.

Vamos a ver, resulta entonces que la letra de la canción de Machín es una bella mentira para mucamas que bailan milongas por las noches en Jun. Y ese profundo convencimiento que sentimos cuando nos enamoramos acerca de que una persona se pueda convertir en el centro de nuestra vida es una ilusión. Entonces, lo que nos ocurre cuando en cada acción de nuestro día-a-día la tenemos presente en nuestro pensamiento, preguntándonos qué haría o que diría si estuviera allí con nosotros en la cola del banco o del autobús, realmente se trata sólo de una alucinación transitoria. También debe ser un grave desvarío, que requiere urgente opinión profesional, el imaginarnos su cara sonriente de aprobación cuando nos sale bien una clase o ganamos un merecido reconocimiento en nuestra profesión. Y, por supuesto, que corramos a encargarle flores cuando llega un día especial o que, después de varios años de conocerla, todavía nos angustie la posibilidad de equivocarnos al decidir donde llevarla a cenar o a tomar una copa para que ella se sienta a gusto y nos sonría mientras sorbe lentamente esa bebida que le gusta.

Por supuesto, aquel que sienta eso de "toda una vida contigo ... no me importa ni el cómo ni el dónde" está sencillamente para recluirlo en un sanatorio mental (si es que queda alguno en funcionamiento). Vamos, que el "nuevo matrimonio" debiera ser simplemente un contrato mercantil, "revisable" cada diez años, como decía otro conocido mío de mucha "mundología" sobre este tema (y cualquier otro). Respecto del "no me importa ni el cómo ni el dónde" podemos decir que, por supuesto, es totalmente ridículo ya que a nadie se le ocurre iniciar una sociedad mercantil sin capital o en números rojos.

Sólo me queda una duda, antes de salir corriendo a la primera consulta de psiquiatra que esté de guardia: ¿por qué nadie está dispuesto a renunciar a intentarlo alguna vez en su vida? Me refiero a enamorarse con la intención de no cansarse de querer "siempre-siempre", tanto en la bonanza y la prosperidad como en las etapas de vicisitud, cuando hay que amar incluso si se siente "ansiedad, angustia y desesperación".

miércoles, 17 de junio de 2009

Primera entrega ...

Comienzo este blog un día de Junio de un año indefinido al final de una década teñida de fanatismo y liberalismo mal entendido. Parece que el sangriento XX se continua en un XXI que, ya fracasados los Grandes Ideales, sólo nos brinda abrazar alguna religión que nos enfrente los unos a los otros. La pregunta sería: ¿cuánto más enfrentamiento inútil puede aguantar este mundo sin saltar en pedazos?

No sé porqué esta noche soñé con la caída del Muro de Berlín, caminando por la amplia avenida Under Der Tilen, recién abierta, húmeda todavía de los fluidos de una noche gloriosa de noviembre Berlinés: la niebla húmeda, glacial, del Spree en la mañana; las botellas de champagne en el suelo de la "última" enésima fiesta bailando sobre el muro resquebrajado; los reguerones de las latas de pintura de graffiti volcadas ... todos los rastos de una noche que tuvo que ser gloriosa.

¡Que bien! otra vez la avenida abierta, qué sensación bajar hasta el Urstromtal sin ver ya la imagen del Muro del Oprobio. Sentía la vida rebullir, incluso en un frío invierno Berlinés. Era muy temprano, buscada algún sitio donde tomar una rosca con café caliente, pero no encontraba nada. En mi "no-recuerdo" del sueño, sin embargo, tenía imágenes nítidas de cafés con las ventanas empañadas por el vapor del local, llenos de gente alegre bebiendo y fumando, muy cerca de donde me encontraba. Pero, ¡qué raro! sólo veía ahora una avenida desierta sin locales, sin cafés, sin ninguna señal que hiciera suponer que existiera vida en la Ciudad a esa hora, entonces te ví subir con tu paso elegante, casi aterida por el frío de la mañana, cubierta por una chaqueta con cuello de piel que dejaba entrever un vestido de fiesta que me parecía blanco. Los tacones altos, de aguja, como te gustan y un peinado recogido bajo la nuca, que dejaba entrever unos pendientes que oscilaban muy rápido al compás de tu paso rápido y un poco vacilante.

Creo que me sonreíste al verme. Sentí que te alegrabas y que el abrazo de bievenida se prolongaba más de lo que me tienes acostumbrado ... parecías un poco desorientada, o quizás desvalida, no lo sé. Te pregunté ¿qué haces tú a quí? Me dijiste que viniste con unos amigos a conocer el nuevo Berlín reunificado y que después de bailar hasta horas imposibles de la madrugada te encontraste aislada, en un cafetín, rodeada de extraños. Decidiste salir sola al paseo a buscar un taxi...

Todo esto, ahora, que me encuentro despierto tras el sueño pesado de anoche, me parece puro "surrealismo": quedarse sola en un café de Berlin, salir a buscar un taxi en la madrugada, caminando sin saber donde ir en una ciudad extraña ... y lo más increíble de todo: encontrarte conmigo ¡para que te salvara! Tú, la "independiente", la mujer "con ideas sobre todo", la "feminista"... venías a mí para que te sacara de tu agobio frente a una situación que podría haber tenido imprevisibles consecuencias.

Ahora que estoy despierto, me doy cuenta que eso nunca ocurrirá: que vengas a mí buscando mi amparo. Hay tantas cosa que nos separan: las vidas , las personas que nos conocen, las familias ... pero, sobre todo una cosa, sé que nunca me amarás como yo quisiera ser amado y que yo, sin embargo, te amaría más de lo que tú llegarías a soportar.

Quizás en el siguiente sueño nos volvamos a encontrar y me digas a qué hora y en qué día se abre la puerta de tu balcón, para que lo escale y me quede contigo a oir el agua del pilar cantar en la noche, la campana cercana avisarnos de la llegada de alba y las señales del nuevo día traernos el regalo de una vida: para mí volver de los no-muertos, para tí la de una mujer enamorada.