El europeo que no haya viajado aún a América no puede tener una idea aproximada de las dimensiones reales de nuestro Planeta, ni tan siquiera de cómo eclosiona la vida en sus múltiples formas dentro de la Naturaleza. Todos los países de Europa suelen estar configurados en una escala menor, que guarda proporción con el trayecto máximo que hace siglos podía realizar una persona a pie, caballo, o carro. Es decir, pueblos con casas y edificios todos adosados; calles estrechas que se concibieron más para ser caminadas que como conducto del tráfico de coches; campos cultivados alrededor de los pueblos a los que cada mañana se llegaba a pie o en bestia para iniciar el tajo; ciudades distantes no más de 8 ó 10 leguas, la distancia que se podía recorrer en un día de viaje en carro.
Recuerdo que en un viaje a Linz le preguntaba yo a un amigo, y colega de la Universidad, si iba frecuentemente a Viena y me contestó que no. Claro, pensé yo, será que es caro alojarse y entonces le dije que si no conocía alguna pensión que le permitiera ir más a menudo para asistir a conciertos o simplemente para pasear una ciudad tan bella. Mi amigo me contó que la razón de no ir era por la considerable distancia que la separa de su ciudad y que, por tanto, es un viaje que los 'linzters' hacen muy de vez en cuando. Pues bien, Viena se encuentra a una distancia de tan solo 180 Km. de Linz.
El factor "escala" se percibe de una manera muy diferente en Europa respecto de América. No sólo eso, la Naturaleza tal como se nos presenta cuando viajamos allá es exuberante, como una mujer muy joven que despierta a la Vida ofreciéndose para ser fecundada, con una actitud mezcla de ingenuidad y fuerza incontenible que corta la respiración por su belleza sin maquillar todavía.
De los (pocos) países que visité en “nuestra” América, Venezuela es sin duda el que más me cautivó. Caí rendido de amor por él apenas lo viajé un poco. Aunque tiene paisajes muy diferentes según el estado al que vayamos: áreas tropicales –Isla Margarita--, climas desérticos –Falcón, Lara--, territorios selváticos –Bolívar, Amazonas--, extensas llanuras –Apure y Guarico-- y ambientes andinos –Mérida, Táchira, Barinas-- ; sin embargo, la imagen que más te cautiva es la de los bosques verdes entre montañas que descienden hasta el océano.
Después de mi primer viaje a la región andina, ya sólo deseaba volver lo antes posible, ¡me quedaba tanto por ver! Imágenes que nunca podrán ya desaparecer de mi memoria son, sin duda, el estado de Miranda y los alrededores de Caracas; el Ávila y su cordillera separándolo de La Guaira, a la que todavía se llega desde la Capital por el Camino de los Españoles; la cordillera costera llena de vegetación; la sabana con el mastranto florecido en los estados de los llanos; las playas de aguas transparentes y arenas finas y blancas de Choroní ... son tantos lo recuerdos.
En ese primer viaje escribí:
¿Cómo volver a escribir versos después de conocer el Paraíso?
Qué versos puedo escribir si ya está todo dicho
en las canciones llaneras.
Sólo me queda el grito, que nació de un “te quiero”,
cerca de Barinas, ¡ay si tú me quisieras!
Simón Díaz dice la verdad: el colorío de las flores
se lo regaló Dios a Venezuela.
Allí un caballo, al que querían “dar sabana”,
se desbocó y rompió las riendas
cuando la llanera más linda le prometió un beso,
“pero no como el que tú te piensas”…
Si por quererte así me das olvido,
yo no podré volver a vivir solo en mi estepa
acordándome de Mérida sin ver las estrellas.
Qué lejos está todo aquello, que aún duele en la memoria. Por qué los hombres matamos los pensamientos, confiando en que el tiempo cura, las paredes tapan y sólo queda callar y quemarse.
Por qué este cielo tan cruelmente azul
cuando me siento tan perdido y desolado.
Tras el amor ¿qué queda?:
¿destellos de imágenes con su halo?,
¿pensamientos reiterativos y amargos?,
¿un hueco que duele en alguna región del alma?,
¿el orgullo de desagradable olor pudriéndose?,
¿la Razón revoloteante y envanecida como un hada?,
¿el Corazón herido y castigado en un rincón?
No sólo eso queda.
Queda un inmenso y soleado día,
sobre la estepa,
nuestra esperanza convertida en páramo que se hiela.
Tras el amor ¿qué duele más?:
¿tirar las perlas de ternura que aún crecemos en el alma?,
¿recordar los instantes de profunda identidad?,
¿olvidar cómo nuestras dos mentes se gozaron?,
¿arrancar de nuestra diaria rutina su invisible realidad?,
¿descubrir que aún participa en los diálogos de nuestro pensamiento?
No sólo eso duele.
Nos duele esa soledad sorda, como de juguete abandonado
en la balda de un mueble;
bajo una carpa de plástico gris, nuestra vida sigue y no se detiene.
El 19 de abril de 1810 se constituyó la primera Junta de Gobierno Autónomo de Venezuela, algunos consideran esta fecha como el inicio de la independencia de la Monarquía Española. Yo creo más bien que fue el día en que los europeos comenzamos a tener que sacar pasaporte para asomarnos durante unos breves días al Paraíso.
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